Por Dolores Martí de Cid - circulodeculturapanamericano.org
Al hablar de la raíz precolombina
no estamos simplemente enunciando una frase. Estamos tomando la frase en toda
su extensión semántica. Es que significa algo tan tangible y positivo que no se
puede señalar a la ligera ni enfocarse como una conjetura, sino como un caso
plenamente comprobado. La raíz india del teatro hispanoamericano es remotísima.
En los pueblos mayances está presente en los diálogos del Popol Vuh, su libro
sagrado. Cuando nos ocupamos del origen, es necesario señalar que tenemos en la
mente los grandes núcleos de las culturas más avanzadas: la nahoa-azteca, la de
los mayas y la de los pueblos pre-incas e incas, que ciñéndonos a lo que se
conoce hasta ahora, cubren una extensión geográfica que va desde el sur de los
Estados Unidos hasta la provincia de Mendoza en la Argentina. Estos pueblos
eran de culturas tan avanzadas que en algunos aspectos, cuando se produce el
descubrimiento en 1492, tenían un adelanto superior a los pueblos de mayor
cultura de Europa. Ya se ha probado que más de la mitad de todos los productos
agrícolas que comemos hoy en día se le debe a estos indios de América. Según
arqueólogos de categoría como Alfred Louis Kroebel, los mayas fueron los
primeros en tener el concepto del cero en su sistema vigesimal, pues estaban a la
cabeza tanto en matemáticas como en astronomía, y en la región de los incas se
practicaba la trepanación del cráneo hacía cientos de años, cuando en Europa no
se pensaba remotamente en ella. Todo esto nada más para señalar un mínimo de
factores en estas avanzadísimas civilizaciones. Pensando en el desarrollo
histórico (aparte del teatro precolombino) cuando se descubre América en 1492,
estamos en España en la transición del teatro medieval hacia el teatro del
Siglo de Oro que se irá manifestando paralelamente a medida que se afianza la
conquista (no olvidemos que Lope de Vega nació en 1562).
Los sacerdotes promueven el
teatro catequístico para la divulgación del catolicismo haciendo que se
representen obras en español y en las lenguas regionales. En los colegios de
los jesuitas se montan piezas en latín. Por supuesto que la presencia potente
del gran teatro español se hace sentir, al principio, en los virreinatos de
México y Perú, y después en el resto de Hispanoamérica. El barroco español cala
muy hondo en la literatura y en las artes plásticas, cala muy hondo porque se
une al barroco indio. En el período neoclásico, hay una voluntad decidida de
los comediógrafos hispanoamericanos hasta la traducción de las tragedias,
principalmente de autores franceses y de otros países (como en el caso del
italiano Vittorio Alfieri) para expresar por boca de los personajes las
palabras que querían oír en su lucha por la independencia de España.
La influencia italiana, en el Río
de la Plata sobre todo, es bien determinada y determinante y crea modalidades,
como en el caso del grotesco en la Argentina, influido por el italiano pero con
personalidad propia.
En el siglo XX, después de las
dos guerras mundiales, vienen inmigrantes y refugiados de distintos lugares de
Europa y hasta de Asia. En la ciudad de Buenos Aires, llegó un momento en que
se representaban obras en italiano, francés, inglés, alemán y yiddish.
Aspectos filológicos del teatro.
Vamos tener en cuenta primero
algunos aspectos filológicos para entrar de lleno después en el teatro como
género literario. Tomaremos en consideración la indumentaria y los locales. Si
nos ocupamos primero, con un criterio comparativo teniendo en cuenta a teatros
muy antiguos, vemos que existen coincidencias notables, (nosotros no podemos
hablar de influencias, quede eso para los arqueólogos). En nuestras
investigaciones en Centroamérica con referencia al Baile de los gigantes,
pudimos constatar que el susodicho baile (obra antiquísima cuyo origen se
remonta al Popol Vuh) se ha clasificado como parte del folklore erróneamente.
(En las piezas de los tres núcleos culturales que acabamos de mencionar, por lo
general la música y la danza se unen a la parte hablada). Pues bien, en esta
obra se han perdido los diálogos y se han conservado la música y el baile en
casi todas las tribus mayances. Pero en la tribu de los Chortís (que conservan
formas más arcaicas) se siguen representando las partes habladas.
Todo esto nos permite demostrar
la estructura de la obra teatral primigenia fraccionada con posterioridad en
otros lugares. Nos encontramos en ella con un detalle bien curioso en
referencia a los trajes, aunque de forma europea, el Rey lleva los cuatro
colores rituales: rojo, blanco, amarillo y azul, mientras que el Gigante Negro
viste de azul con franjas amarillas. Los verdaderos protagonistas son dos
jóvenes que representan a los gemelos redentores del Popol-Vuh: Xunapú e
Ixbalanqué, cuyo nombre cambia en la colonia, y como en algo se parece su
historia a la del David bíblico, el indio les llama Gavites. Uno de ellos
representa a la Luna, el más joven, y el otro al Sol. El primero viste de
amarillo y lleva un velo nada menos que con 24 dibujos rectangulares, catorce
de color oscuro y diez de color claro. El Gavite solar viste pantalones rosados
con una blusa blanca y las mangas también rosadas. Tiene triángulos en el ruedo
del pantalón. Es decir, que los trajes simbolizan lo que significa el personaje
dentro de la trama y no se ocupan de reconstruir modas regionales o de
tradición histórica… En la China, en el teatro tradicional, los trajes son los
correspondientes a la antigua dinastía; pero, por otro lado, el color señala un
aspecto del personaje: su carácter, su edad o condición sicológica; y así el
blanco representa al traidor, el negro a los simples y rectos, el amarillo al
astuto, el rosa es el color de los viejos, el azul el de los crueles, y el
verde el del demonio. El Noh japonés reproduce los trajes de la clase noble de
la época medieval, que es algo así como una especie de sobretodo cruzado por
delante. Si lleva una ancha franja en la cintura es que se trata de un
personaje noble. Sin la franja puede ser el fantasma de una dama de la corte o
una bailarina, y si lleva enrollada la manga derecha es un guerrero.
Con referencia a los locales para
la representación, en la ciudad de Tenochtitlán (Capital de México) se
encontraron las ruinas de dos templos gemelos con lugares para representar: uno
dedicado al Dios Tlaloc (el de la lluvia) y otro a Huitzilopochtli (el de la
guerra). En Yucatán la extensa plaza de la bellísima ciudad de Uxmal era centro
de ceremonias. Y también en Chichén-Itzá, la Plaza del Juego de Pelota, de
forma rectangular, cuyas magníficas condiciones acústicas han sido bien
confirmadas. Y en el Perú el amplio anfiteatro de Kenko, para no citar más que
unos pocos. Y ya que de locales se trata, vamos a recordar que durante la época
colonial en México se construyeron en algunos lugares las llamadas “capillas
abiertas” para albergar al gran número de indios que asistía a las funciones.
Eran una especie de techo prolongado desde la Iglesia, sin paredes laterales.
En la Edad Moderna, al hacer los
estudios sobre los locales cerrados en Europa, se ha llegado a la conclusión de
que el primero se construyó en Italia, en la ciudad de Ferrara, en 1531. En la
misma centuria, en 1568 el “Corral de la Pacheca”, en Madrid, inicia sus
representaciones. Pero no es sino mucho después, en 1748, que se convierte en
verdadero local de teatro desde el punto de vista arquitectónico. En
Hispanoamérica el erudito peruano Guillermo Lohmann Villena nos explica que a
fines del siglo XVI en Lima hubo “…patio de la representación de las comedias”1
y por su parte el acucioso investigador del teatro en México, Enrique Olavaria
y Ferrari, enfatiza que aunque la construcción del primer coliseo es de 1673,
su cédula de creación data nada menos que de 1553.2 Si tenemos en cuenta que
“The Globe” de Londres es de 1559, no hay duda de que el interés de los
hispanoamericanos por este arte era bien sobresaliente.
Aspectos literarios: la raíz.
Pero en todo caso ya es hora de
aclarar que no se trata de raíces que sólo se refieren al folklore, al aspecto
filológico del teatro, o a las manifestaciones rituales de estos pueblos. No;
de ninguna manera: estamos hablando de verdadero teatro. Aunque muchas obras se
han perdido o destruido intencionalmente, lo que nos queda es suficiente para
comprender adónde habían llegado. Las breves piezas nahuatlacas que nos
presenta Ángel María Garibay en su Historia de la literatura náhuatl,
demuestran que [los aborígenes] eran asiduos al teatro, ya se tratara de obras
de carácter histórico, cómico o de otros variados temas. En las treguas de las
batallas en las principales cortes mexicanas se hacían representaciones entre
los nobles. Es sutil una pieza del siglo XVI en la Corte del Rey Tecayehuatzin
en Huexotzinco. El Monarca expresa su concepto de la amistad [en estos
términos]: “Cual blanca flor fragante, la amistad se estremece, con albas
plumas de garza está entretejida; en sus preciosas flores rojas y en sus ramas
andan chupando miel reyes y príncipes.”3
Buena prueba de este teatro es
entre los maya-quichés la tragedia El Rabinal Achí; o sea, El Barón de Rabinal.
La obra durante siglos fue conservada por los indios, a hurtadillas de los
españoles, hasta fines del siglo XVIII. El motivo para ocultarla es que en la
misma aparecía el sacrificio humano. Después de todo el ceremonial, cuando el
Barón de Quiché va a ser sacrificado, expresa el sentimiento de no fallecer en
sus tierras: “Puesto que es necesario que yo muera, que yo desaparezca aquí
bajo el cielo, sobre la tierra, no poder tornarme en esa ardilla, ese pájaro,
que mueren sobre la rama del árbol, sobre el brote del árbol, en donde se
procuraron su alimento, sus comidas, bajo el cielo, sobre la tierra.”4 Para
luego con toda valentía aceptar el sacrificio.
En el Perú el drama “Ollantay”
(nombre del protagonista) [presenta] la figura del guerrero más destacado del
Imperio, quien se rebela en contra del Inca porque le niega la mano de su hija.
En el monólogo de su desesperación, el Jefe se desahoga diciendo: “¡Ollantay!
¡Desdichado Ollantay! ¿Cómo te dejas abatir por aquél a quien tanto tiempo has
servido, tú, el señor de tantos países? ¡Oh, Estrella de mi dicha; acabo de
perderte para siempre! ¡Qué vacío siento en mi alma! ¡Oh, princesa mía! ¡Oh,
Cuzco, la bella ciudad! Desde hoy seré tu enemigo implacable. ¡Abriré tu seno
para arrancarte el corazón y arrojarlo a los buitres!” (“Ollantay”, Teatro
indio…, p. 239)
Y sobre todo en la Tragedia del
fin de Atu Palpa, obra que se estrenó en Potosí, Bolivia, en 1555, y que
representa la voz de los vencidos después de la conquista. El manuscrito fue
descubierto y traducido por el erudito y poeta Jesús Lara. La obra demuestra el
alto desarrollo del arte teatral entre los incas. Es comparable a las tragedias
griegas. En el momento de la muerte del Inca, el coro de las ñustas (mujeres y
familiares del soberano) se lamenta dolorosamente como en un gritar de sus
sentimientos alcanzando la hipérbole:
Todo, todo se estremece,
Inca mío, mi solo señor,
como nube de tempestad,
Inca mío, mi solo señor.
El torbellino se desata,
Inca mío, mi solo señor;
se desmoronan las montañas,
Inca mío, mi solo señor,
hay sangre en el agua del río.
Y un poco más tarde la propia
hipérbole llega a un máximo de exageración:
Tu noble y varonil acento
Inca mío, mi solo señor,
estremecía al mundo entero,
Inca mío, mi solo señor,
tu inigualable poderío
Inca mío, mi solo señor,
hacía temblar hasta los montes.5
Aspectos literarios: el tronco.
Cuando llegan los españoles se
habla con razón del conquistador conquistado, que se casa con la india y se
integra a la sociedad criolla. Pues bien, con respecto a los dramaturgos
pudiéramos decir lo mismo: el escritor conquistado. Hay dos casos bien
notables: Fernán González Eslava, en el México del siglo XVI, y Juan del Valle
y Caviedes, en el Perú del siglo XVII. No importa que el primero llegara de
España a los veinticuatro años y el otro muy pequeño; lo cierto es que sus
teatros están llenos de peruanismos y mexicanismos y maneras locales. Al mismo tiempo, cada uno a su modo critica con
gracejo la fanfarronería, la vanidad y la pretensión de algunos habitantes de
ambas naciones. De Eslava, (en el entremés intercalado en el Coloquio XVI: Del
bosque divino donde Dios tiene sus aves y animales) son las palabras:
HALAGÜEÑA: ¡Triste de mí! ¿Qué
“Don” tiene, señor Cojín?
COJÍN: Don y aun redón, y si
fuere menester, torondón haré a quien me enojare, que llenos tenemos los
rincones del infierno de Dones, que no se hace caso de ellos.
REMOQUETE: Dice verdad el señor
Don Cojín, que tres aposentos vide llenos de Dones hasta las vigas, y a mí me
daban uno, porque me llamase Don Remoquete, y me dijeron que si había acá quien
los comprase, que los darían baratos. Algunos Dones había mohosos.6
En Caviedes, en el Coloquio entre
la vieja y Periquillo se presenta la misma ironía:
VIEJA: . . . . . . . . . . . .
Que en esta Babel tan solo
al contacto de la huella
se constituyen los sastres
en potentados de Grecia,
los calafates en condes,
duquesas las taberneras,
en príncipes los arrieros
y las gorronas en princesas.7
Hay harto que estudiar sobre las
influencias lingüísticas de las principales lenguas precolombinas en el español
que va mucho más allá del incluir el léxico de los nuevos productos o de las
diversas costumbres y de tener en cuenta los cambios fonéticos. Precisamente un
autor tan importante como Juan Ruiz de Alarcón nos da la oportunidad de señalar
someramente algunos aspectos. Serge Denis en su tesis en La Sorbone La langue
de Juan Ruiz de Alarcón señala peculiaridades al compararlo con autores
españoles de la época sin tener en cuenta la influencia de la lengua náhuatl.
Explica cómo [Ruiz de Alarcón] hace un uso peculiar de las formas reflexivas
del verbo en función pasiva que debe estar influido, pensamos nosotros, por la
voz media de la lengua mexicana. La elipsis del verbo es frecuentísima y en el
náhuatl no existe el verbo ser con la significación que tiene en las lenguas
indoeuropeas empleándose en su lugar expresiones formadas con adjetivos
posesivos. Todo esto que se ha filtrado en las obras de Alarcón es
completamente inconsciente. Hemos demostrado en otras ocasiones que la
mexicanidad de Sor Juana Inés de la Cruz es tan consciente que llegó a escribir
dos tocontines (piezas breves, especie de entremeses en lengua náhuatl). La de
Alarcón se le escapa sin darse cuenta.
También las contaminaciones
lingüísticas se dan en la zona de influencia africana: los yorubas, los congos,
los lucumís, etc. En Cuba, Los negros catedráticos de Francisco Fernández
Vilaros se estrenó el 31 de mayo de 1868 y tuvo un éxito rotundo. Demuestra el
gran contraste entre Aniceto, negro “catedrático” (es decir, que simula una
cultura que no tiene) y José, negro congo, no nacido en la isla y que habla un
español peculiar. Aniceto lo acepta como marido de su hija porque es rico.
DOROTEA: (Agasajándolo. A José)
¡La virgen te envía, ilusión de mis ensueños, pensé morir sin volverte a ver! …
¿Y pudiste creer que yo te despreciaba? ¡Tonto! ¡Yo te quiero más que a mi
vida!
ANICETO: (A José.) ¡Qué talento
tiene la niña! Óigame, José, es usted muy pusilánime. ¡Usted no comprende las
ramificaciones necesarias de un padre para averiguar quién es el hombre que le
pide un pedazo de su corazón! Es menester someterlo a una prueba para conocer
sus sentimientos: la prueba salió a medida de mis deseos. Ese lance de honor
que con tanta prosopopeya llevó a efecto, me ha convencido que es usted un
gerundio y que el otro no era más que un pretérito pluscuamperfecto del
indicativo.
JOSÉ: (Riéndose) ¡Anjá! ¿Con que
ya yo puee casá? ¡Anjá! ¿Toíta la mundo está contenta?
DOROTEA: Y yo sobre todo,
caramelito de plátano, azuquita de mi corazón.
JOSÉ: ¡Tú so ma sabroso que
tasajo!8
En los factores raciales el negro
pintoresco que ya hemos señalado desemboca en el teatro bufo originado en Cuba
y de gran influencia en la zona del Caribe. Por otra parte, el negro se
presenta como motivo de protesta social en la obra El mulato del también cubano
Marcelo Salinas, o con sentido de venganza en el Infierno Negro del ecuatoriano
Demetrio Aguilera Malta. Pero lo negro va más allá de la filtración
lingüística, va más allá del folklore y del rito. Lo negro produce el
sincretismo en las creencias religiosas y permea el engendro cultural. Y sobre
todo, en la Argentina con el aluvión inmigratorio de principios de siglo en Buenos
Aires, el Conventillo de La Paloma de Alberto Vacarezza es el sainete más
significativo con respecto al uso del lunfardo: jerga popular en donde se
mezclan en el Conventillo (o casa de vecindad) expresiones con palabras que
proceden del italiano, del gallego, del portugués y hasta del turco en una
amalgama en que los barbarismos, y sobre todo los juegos de palabras,
constituyen una parte de gran importancia.
El Teatro hispanoamericano
incorpora a sus recursos expresivos no sólo la influencia lingüística de otras
lenguas. Esto es del todo bien ostensible como acabamos de notar, pero
incorpora también algo que penetra de manera mucho más sutil que son los
matices estilísticos. Dos autores de primera categoría, el mexicano hijo de
españoles Juan Ruiz de Alarcón, y el boliviano Franz Tamayo de pura sangre
india, dan fe de esto. Cuando comparábamos en nuestro artículo sobre “La
mexicanidad de Alarcón” las características de la lengua náhuatl establecida
por la máxima autoridad de Ángel María Garibay, con la lengua de Alarcón,
establecida por el estudioso Serge Denis, comprobamos que las coincidencias
eran perfectas: ambas tienen la síntesis o consición, la claridad, el poder de
darle a sus expresiones sugerencias, pero sobre todo vamos a citar lo que nos parece
más importante con respecto a la creación literaria:
Con relación al uso de las
metáforas Denis dice: “Ce jeu précieux oú la métaphore est toujours présente
dépassera les contingentes terrestres”. Y resume: “…élément essentiel c’est la
satire. Une métaphore pittoresque pourra renforcer le calembour” (La Langue,
pp. 176, 225). Habla también de sus superlativos metafóricos y sus tendencias,
por otra parte, a simbolizar los sentimientos. Garibay apuntará: “Los ejemplos
podrían multiplicarse hasta el infinito. Muy propio de esta lengua es la
expresión imaginativa a base de metáforas, y esto no es solamente en la poesía,
sino en la más llana prosa.” Y todavía se siente en la necesidad de poder
explicar mejor esta peculiaridad, y así nos dice: “Hay un procedimiento
estilístico que he llamado ‘disfrasismo’, para poder referirme a él con
facilidad y que consiste en aparear dos metáforas, que juntas dan el símbolo
medio de expresar un solo pensamiento.” (Historia, pp. 18-19)
En cuanto al uso de las imágenes,
escribe Denis: “Alarcón introduit un élément nouveau, ou bien il situe
l’image.” Y además: “Alarcón tire une image son amentale rare. Cette image,
très ‘amassée’: (La Langue, pp 278, 281). Por su parte, Garibay lo expresa así:
“Hay que indicar también otro medio de expresión imaginativa, basado en la
acumulación de imágenes.” (Historia, p. 19)9
Hay algo de mucha importancia: el
modernismo hispanoamericano no se hubiera dado de ninguna manera con esa
cantidad de riquezas expresivas sin la raíz india. Esto es incontrovertible. Y
aquí se ha producido algo insólito: se ha negado el teatro modernista. Tal vez
parte de esa confusión viene de algunos poetas de esa escuela [que], cuando
escribían para el teatro, preferían acentuar las características de otras escuelas
literarias. Tal vez… pero [de] lo que sí estamos seguros es que ciertas
generalizaciones parten de la falta de un conocimiento profundo de este género
entre nosotros. No sólo existe el teatro modernista, sino que tenemos un
ejemplo magnífico para presentar con La Prometeida o Las Oceanides del indio
universal boliviano Franz Tamayo. Toda la obra que testifica el teatro
modernista, es la lucha de Psiquis por liberar a Prometeo. Significativas son
las palabras de Apolo:
Pálida ninfa que tus rosas todas
de juventud, de gracia y de
belleza
sembraste en el sendero de la
altura.
¡Y eran gotas de sangre de tus
plantas
que regaron raudales de tus ojos!
Es esta, oh Psiquis, la montaña
ingente;
de aquí se mira la llanura
inmensa.
¡Horizontes que siguen a horizontes,
lontananzas detrás de
lontananzas!
Al clamor de un crepúsculo
supremo,
muy lejos ya, a tus ojos se
ilumina
del mar natal la costa blanca y
fresca,
y el dulce despertar de tus
mañanas.
¿Ves a un lampo irreal un mar de
ensueño,
bajo un cielo espectral un mar
fantasma?
¿Y oyes un canto mágico y
distante
cual insonoro son que suena en
sueños?
¡Es el pasado luminoso y yerto
que se levanta visional y agita
el lírico bailar de sus delfines
bajo el vuelo cantor de sus
azores!
¡Es el pasado que revive efímero,
espuma o bruma que se esfuma en
suma,
lampos y lampos de pasadas
pompas,
rayo de luz fugaz tras de una
nube
que forja leve alcázares y
monstruos
para desvanecerse en polvo gris!
¡Es el pasado estéril, es tu vida
que huye veloz cual este sol
poniente,
distante, muy distante, más
distante.
¡Postrer adiós de fugitiva sombra
y último beso del dorado día!10
El teatro hispanoamericano frente
al teatro universal.
Entre otros muchos testimonios de
la secuencia del teatro hispanoamericano tenemos los del segundo tomo de Latin
American Play Index que se publicó en 1983 en donde se demuestra que en
Latinoamérica se había publicado la alta suma de 1700 obras de teatro los
últimos 20 años [anteriores] (por supuesto que algunas de ellas escritas en
portugués y francés). Esta información masiva no hay duda que tiene mucha
importancia: demuestra el gran interés de todos estos autores. Pero nosotros
queremos completar esta información mostrando, aunque sea con mucha brevedad, a
los autores hispanoamericanos frente al teatro mundial para presentar su
potente impacto de innovación y sus logros en general: El mexicano Juan Ruiz de
Alarcón es el creador de la Comedia de Costumbres; el argentino Ventura de la
Vega, el de la Alta Comedia; el también argentino Juan Cruz Varela alcanza la
cumbre del teatro neoclásico en lengua española con sus obras Dido y Argía; la
mexicana Sor Juana Inés de la Cruz nos da en El Divino Narciso el mejor auto
mitológico escrito en lengua española; la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda,
tomando elementos neoclásicos y románticos, se crea su propia técnica dramática
y se adelanta al teatro psicológico y al de vanguardia: durante catorce años en
Madrid ningún hombre puede igualarla en el éxito con el público y la calidad de
sus obras; el uruguayo Florencio Sánchez, en la primera década del siglo XX,
presenta los problemas familiares y los sociales con verdadera hondura en un
teatro realista a veces algo naturalista y siempre personal y humano, lo mismo
los hombres de la ciudad que los del campo, siendo entonces uno de los mejores
representantes del teatro gauchesco.
Autores hispanoamericanos se
anticipan a la moderna técnica del teatro dentro del teatro, como el boliviano
Félix Reyes Ortiz con Plan de la representación, y el cubano José Martí en Amor
con amor se paga, entre otras. Este procedimiento se impondría definitivamente
con la obra del genial italiano Luigi Pirandello. Pero es que, además, los hispanoamericanos
encuentran nuevas sendas en esta técnica: el autor rioplatense Vicente Martínez
Cuitiño con El Espectador o la Cuarta Realidad cree que la obra tiene una
primera realidad con los elementos sin concretar todavía en la mente del autor,
una segunda cuando el autor la crea, la tercera al ponerla en escena los
actores, y la cuarta al recibirla el público. El cubano José Cid en la Comedia
de los Muertos nos presenta una obra en que los espíritus encarnan en los
cuerpos de los actores para hacer su propia comedia y no la que el autor había
pensado. El chileno Jorge Díaz, dentro de esta misma modalidad, en el Cepillo
de dientes injertará los elementos del teatro del absurdo. Y retrotrayéndose al
pasado remoto, el peruano Juan Ríos en Ayar Manco se hace eco de la leyenda de
los hermanos Ayar, fundadores de la ciudad del Cuzco, y en un conjunto de
historias y pasiones humanas, de motivos indios y acento universal, nos dice
con un profundo sentido telúrico:
¡El alma del hombre es más
profunda que los abismos de la Tierra, más tenebrosa que la noche, más
enmarañada que la selva enmarañada! ¡Las uñas del vértigo lastiman los ojos que
asoman a su hondura impenetrable!
Volvamos a la múltiple raíz y al
inconmensurable tronco de ese teatro hispanoamericano. Al pensar en el tronco
tenemos en cuenta no sólo la materia leñosa que lo forma, con las capas
superpuestas, con la corteza cubierta por la epidermis, sino que tenemos en
cuenta también la savia, el maravilloso jugo o sangre vegetal diremos nosotros,
que asciende alimentando a las plantas.
El teatro, raíz y tronco, es la
mayor concreción de artes que hay: Artes Plásticas, Música. Todo esto pudiera
considerarse materia leñosa, cuyo jugo vital alentador sería la expresión que
se expande, se aligera y se adorna en las formas de multígenas hojas en la
expresión literaria.
El teatro hispanoamericano de
raíz india y tronco polifacético, aparte del origen que se pierde en el pesado
remotísimo, tiene la mayor diversidad que se haya producido en el teatro del
mundo, el mayor complejo vivencial colectivo. Frondoso árbol más que milenario
que se yergue olímpico. Tronco polifacético de ramas multicolores como una
afirmación del ser y el hacer del mundo hispanoamericano, común potente
engendro de nuestra energía estética, como un potente engendro de nuestra
cosmovisión.
NOTAS
1- Guillermo Lohmann Villena. El
arte dramático en Lima durante el Virreinato. Madrid: Artes Gráficas Evaristo
San Miguel, 1945. Pág. 67.
2- Enrique de Olavaria y Ferrari.
Reseña histórica del teatro en México (1538-1911). Tercera Edición. México: Ed.
Porrúa, S.A., 1961. Vol. 1, pág. 14.
3- Angel María Garibay. Historia
de la Literatura Nahualt. Segunda edición. Tomo I, Primera parte. México: Ed.
Porrúa, S.A., 1971.
4- José Cid Pérez & Dolores
Martí de Cid. “El Barón de Rabinal”. Teatro indio precolombino. San Juan, PR:
Cultura Puertorriqueña, Inc., 1985. Pág. 197.
5- - - -. “La tragedia del fin de Atau Walpa” ,
Teatro indoamericano colonial. Madrid: Aguilar, 1973. Págs. 182-183.
6- Fernán González de Eslava.
Coloquis espirituales y sacramentales. Tomo I. México: Ed. Porrúa, S.A., 1958.
Pág. 234.
7- Juan del Valle Caviedes. Obras
de Juan del Valle Caviedes. Vol. I. Lima: Clásicos Peruanos, 1947. Pág. 89.
8- Francisco Fernández Vilaros.
“Los negros catedráticos”. En: Rine Leal, Teatro bufo siglo XIX. La Habana:
Arte y Literatura, 1975. Pág. 152.
9- Dolores Martí de Cid &
José Cid Pérez. “La mexicanidad de Juan Ruiz de Alarcón”. Homage to Harvey L. Jonson. Potomac, Maryland:
Porrúa Turanzas, 1979. Pág. 68.
10- Franz Tamayo. “La Prometheida
o Las Oceánides”. Tragedia lírica. La Paz: Ed. Don Bosco, 1948. Págs. 166-167.
11- Juan Ríos. Ayar Manko Lima:
Casa de la Cultura del Perú, 1963. Pág. 53
Dolores Martí de Cid (1916-1993),
nuestra Ex Presidente Nacional, fue reconocida ensayista y crítica literaria
del teatro hispanoamericano. Fue profesora de la Universidad de La Habana y de
Purdue University, en Indiana (EE.UU.), de la que llegó a ser Profesora
Emérita. Fue invitada a dictar cursos sobre literatura hispanoamericana en la
Universidad de Roma. También disertó sobre teatro hispanoamericano en las
universidades de Honduras, Costa Rica, Colombia, Ecuador, Bolivia y Chile. Fue
editora de Teatro Cubano contemporáneo publicado por Aguilar en Madrid, (dos
ediciones) y fue coautora con su esposo, el Dr. José Cid Pérez, de Teatro
Indoamericano colonial, considerado por la crítica hispana como un clásico
sobre esa materia. La Dra. Cid Pérez publicó intensamente en muy acreditadas
revistas literarias de Hispanoamérica, Estados Unidos y Europa, y fue por
varios años editora consultante de la Enciclopedia del Espectáculo de Italia y
de la Enciclopedia Británica.
Este trabajo fue originalmente
publicado en Círculo: Revista de Cultura, Vol. XXI, Año 1992, Páginas 151-162.
Fuente de la información: http://www.circulodeculturapanamericano.org/estudios_sub_pgs/EL%20TEATRO%20HISPANOAMERICANO.htmEscribe a mi e-mail kalbun1_@hotmail.com
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