18 de enero, 2010
El legendario montaje del Teatro La Memoria se reestrena el 25 de enero, dentro de la selección Bicentenario del Festival Santiago a Mil. El elenco original -compuesto por Paulina Urrutia, Francisco Reyes, Amparo Noguera, Rodrigo Pérez y Pablo Schwarz- usará los mismos vestuarios, sucios, con arrugas y manchas, tal como quedaron en 1992.
por Rodrigo Miranda - 06/12/2009 - 10:34
por Rodrigo Miranda - 06/12/2009 - 10:34
Paulina Urrutia es La Chica del Peral. Amparo Noguera, Rosa La Descuartizadora. Maritza Estrada, Isabel La Mapuche. Rodrigo Pérez, El Chilenito Bueno. Francisco Reyes, La Gran Bestia y Pablo Schwarz, El Boxeador.
El 25 de enero se reestrena, dentro de Santiago a Mil, Historia de la sangre, segunda parte de la Trilogía Testimonial del Teatro La Memoria, de Alfredo Castro, y sin duda un hito de la escena chilena contemporánea. Como es una reposición exacta a la obra de hace 18 años, con el mismo elenco, se optó por usar incluso el mismo vestuario. Sucio, con arrugas y manchas. Tal como quedó en 1992.
Los intérpretes guardaron la ropa como una reliquia. "Para todos, esta obra representa una fundación", dice Alfredo Castro. "A los actores les da nostalgia, pero una vez que se meten en los personajes gozan. Sus cuerpos están marcados a fuego por la obra. El cuerpo tiene memoria. Estos textos fueron trabajados por cada actor según sus biografías, no fueron impuestos. Ellos reconstituyen la escena a través de sus cuerpos".
Un montaje feroz
La obra fue rupturista y difícil de clasificar por la crítica de la época. "Historia de la sangre transcurre en un territorio indefinido, más mental que físico, donde los personajes superponen sus vidas", dijo el historiador del arte Pedro Celedón. "Vemos a excelentes actores y actrices luchando con sus fatales pasiones y desgarrados por sus sentimientos", señaló el crítico alemán Knut Lennartz.
El montaje impactó por lo directo de sus textos: después de una función, una espectadora le dijo perverso y mugriento al director. Asimismo, las actuaciones se convirtieron en un modelo a imitar. Finalmente, la puesta en escena transformó a Castro en un referente y con ella ganó la admiración de sus pares.
Tras el éxito de la primera entrega (La manzana de Adán, 1989), en 1992 debutó la segunda parte, Historia de la sangre, que se basa en declaraciones, obtenidas por Castro y Pérez en centros carcelarios o psiquiátricos, tanto de presos como de enfermos mentales que cometieron crímenes pasionales. Todos ellos fueron consultados sobre su percepción de Chile y el imaginario nacional. El resultado fue delirante. En la obra no había ninguna palabra inventada. Los enfermos contaban sus crímenes como si fueran algo cotidiano y Castro volvía a su casa perturbado, al encontrar un lenguaje con el que se sentía hermanado. En cambio, los textos teatrales, aunque fueran chilenos, le parecían extranjeros. Transcribía los testimonios y luego los editó una y otra vez.
"Hubo mucha gente de teatro que me dijo que esto no era teatro, que era un recital poético, que no se entendía nada", recuerda el director. "Con el paso del tiempo, me doy cuenta de que esta obra marcó a una generación, hubo mucha gente que entró a estudiar teatro después de verla. Sin saberlo, comenzaba a hacer un teatro desde la desestructura absoluta y el posmodernismo".
El formato de testimonio no era una invención de Castro. Ya lo habían usado Antonio Acevedo Hernández o Raúl Osorio, en Tres Marías y una Rosa. "La diferencia es que en Historia de la sangre ningún actor estuvo jamás frente al modelo original. Nadie conoció a los criminales ni a los sicóticos. Nadie escuchó las grabaciones ni vio fotografías. Trabajamos más bien con el fantasma, no con el testimonio", señala Castro.
Los personajes eran asesinos y sus monólogos se entrecruzaban e indagaban en zonas de la identidad nacional que hasta ese momento no tenían visibilidad. "Usamos un lenguaje que nunca había estado en la dramaturgia chilena. Esa obra correspondió a una ética necesaria en esa época. Había que romper el teatro y la realidad con ese lenguaje", concluye el director.
Escribe a kalbun1_@hotmail.com
VER MÁS EN: http://latercera.com/contenido/1453_207067_9.shtml
Los intérpretes guardaron la ropa como una reliquia. "Para todos, esta obra representa una fundación", dice Alfredo Castro. "A los actores les da nostalgia, pero una vez que se meten en los personajes gozan. Sus cuerpos están marcados a fuego por la obra. El cuerpo tiene memoria. Estos textos fueron trabajados por cada actor según sus biografías, no fueron impuestos. Ellos reconstituyen la escena a través de sus cuerpos".
Un montaje feroz
La obra fue rupturista y difícil de clasificar por la crítica de la época. "Historia de la sangre transcurre en un territorio indefinido, más mental que físico, donde los personajes superponen sus vidas", dijo el historiador del arte Pedro Celedón. "Vemos a excelentes actores y actrices luchando con sus fatales pasiones y desgarrados por sus sentimientos", señaló el crítico alemán Knut Lennartz.
El montaje impactó por lo directo de sus textos: después de una función, una espectadora le dijo perverso y mugriento al director. Asimismo, las actuaciones se convirtieron en un modelo a imitar. Finalmente, la puesta en escena transformó a Castro en un referente y con ella ganó la admiración de sus pares.
Tras el éxito de la primera entrega (La manzana de Adán, 1989), en 1992 debutó la segunda parte, Historia de la sangre, que se basa en declaraciones, obtenidas por Castro y Pérez en centros carcelarios o psiquiátricos, tanto de presos como de enfermos mentales que cometieron crímenes pasionales. Todos ellos fueron consultados sobre su percepción de Chile y el imaginario nacional. El resultado fue delirante. En la obra no había ninguna palabra inventada. Los enfermos contaban sus crímenes como si fueran algo cotidiano y Castro volvía a su casa perturbado, al encontrar un lenguaje con el que se sentía hermanado. En cambio, los textos teatrales, aunque fueran chilenos, le parecían extranjeros. Transcribía los testimonios y luego los editó una y otra vez.
"Hubo mucha gente de teatro que me dijo que esto no era teatro, que era un recital poético, que no se entendía nada", recuerda el director. "Con el paso del tiempo, me doy cuenta de que esta obra marcó a una generación, hubo mucha gente que entró a estudiar teatro después de verla. Sin saberlo, comenzaba a hacer un teatro desde la desestructura absoluta y el posmodernismo".
El formato de testimonio no era una invención de Castro. Ya lo habían usado Antonio Acevedo Hernández o Raúl Osorio, en Tres Marías y una Rosa. "La diferencia es que en Historia de la sangre ningún actor estuvo jamás frente al modelo original. Nadie conoció a los criminales ni a los sicóticos. Nadie escuchó las grabaciones ni vio fotografías. Trabajamos más bien con el fantasma, no con el testimonio", señala Castro.
Los personajes eran asesinos y sus monólogos se entrecruzaban e indagaban en zonas de la identidad nacional que hasta ese momento no tenían visibilidad. "Usamos un lenguaje que nunca había estado en la dramaturgia chilena. Esa obra correspondió a una ética necesaria en esa época. Había que romper el teatro y la realidad con ese lenguaje", concluye el director.
Escribe a kalbun1_@hotmail.com
VER MÁS EN: http://latercera.com/contenido/1453_207067_9.shtml
No hay comentarios.:
Publicar un comentario