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viernes, septiembre 16, 2011

Juan Radrigán, tremendo dramaturgo





15 de septiembre, 2011


Contradictoria, tensa, profunda, llena de poesía y dignidad es la dramaturgia de Juan Radrigán, Premio Nacional 2011, un teatro popular con historias que tienen como referencia la realidad cotidiana y un grito sonoro contra el poder y los abusos de lesa humanidad.

Jueves 15 de septiembre de 2011 por Leopoldo Pulgar Ibarra

“Los tiempos que vivimos no son nadita de claros”, decía Juan Radrigán (1937) en el programa de mano de “El toro por las astas” (en la imagen), la obra que en abril pasado reestrenó el Teatro Nacional Chileno, en la sala “Antonio Varas”. “O quieren aclarar y no pueden, que es peor”, precisaba.

Y tiene razón el destacado dramaturgo y recién galardonado con el Premio Nacional Artes de la Representación y Audiovisuales 2011.

Tal vez no sean tiempos tan oscuros como los que percibió en 1982, cuando escribió esta obra. Pero que hay nebulosas y nubes amenazantes... Basta mirar la realidad, la referencia ineludible de Radrigán al momento de escribir. La realidad con todas sus paradojas a nivel colectivo e individual.

Porque contradictorio es, por ejemplo, que los habitantes del prostíbulo de “El toro por las astas” busquen algo de felicidad sólo esperando la llegada de El Milagrero, como si de otros y no de uno dependiera obtenerla. Como también resulta paradojal ver a Radrigán, un dramaturgo iconoclasta, radical y que se ha definido como portavoz de la inesperanza, es decir, ni siquiera un desesperanzado, recibiendo el premio, sonriente, junto al ministro de educación, representante del mundo de quienes ejercen el poder en sus obras.

DRAMATURGO CLÁSICO
Algunas obras de Radrigán han ingresado a la selecta galería de clásicos del teatro popular chileno: “Hechos consumados”, “Las brutas”, “El loco y la triste”, “Sin motivo aparente”, “Cuestión de ubicación”. En estas obras dice que ha querido desnudar a sus personajes sin sacarles la ropa, “para forzarlos a hablar desde las vísceras sobre su horror, su tristeza, su esperanza o su enorme dolor de vivir siempre en desventaja, arrollados por un devastador abuso de poder”.

Por eso, fácil es coincidir con el dramaturgo cuando afirma que escribe desde “el estupor, la perplejidad y la impotencia frente a ciertos incomprensibles actos humanos –que son los más-” y también respecto de que sus obras sólo pretenden hacer y compartir una pregunta con la remota esperanza de llegar a comprender las cosas que ocurren. Dice Radrigán: “A comprender, por ejemplo, como es posible que unas personas, un pueblo, un país se encierren a esperar milagros mientras todo cae a su alrededor”. Lo decía en abril, cuando todavía no se movía el piso del Chile 2011.

Y algo más: algunos títulos de Radrigán y de unos pocos dramaturgos chilenos son clásicos porque han sido capaces de saltar los muros académicos, donde muchas veces se fosilizan las obras, al mundo del teatro vocacional. Basta darse una vuelta por el circuito comunal para comprobar que los grupos aficionados de poblaciones y escuelas a menudo montan sus obras porque sienten que hablan de ellos. Esta percepción está en línea con el perfil de ciertos textos que más han repercutido en el espectador de nuestro país, tal vez porque describen aspectos relevantes de la identidad chilena más profunda. Son obras que -¿curiosamente?- narran historias que contienen todos o algunos de los siguientes elementos: el prostíbulo, el vino, el abandono, el huacho y la fiesta (“La pérgola de las flores” (1960), “La Remolienda” (1965), “Las del otro lado del río” (1978), “La negra Ester” (1988), entre otros).

MATERIALIDAD Y POESÍA
Un lenguaje popular, desdentado y a tirones utilizan los personajes de Radrigán. Pero con un vuelo que permite pasar de la anécdota a niveles profundos de la existencia humana. A través de un decir cotidiano e imperfecto se filtra un tono poético que transporta, valora y reivindica los derechos básicos del ser humano, y que asoman a la intemperie aunque estén aplastados por toneladas de mercado.

Sus personajes andan casi a la rastra, en casi completa soledad, sólo sostenidos por los trozos de dignidad y bondad que les quedan. Sufren el poder de los otros, incluso al interior de su propia gente. El dolor, eso sí, no salva a nadie. Tal vez sólo busca acicatear para que se levanten y emprendan el vuelo. Por eso les potencia el desprecio a la sumisión, aunque se viva en un mundo de sumisos, y les fortalece la capacidad de rebeldía, todo lo que se pueda, de otro modo nadie podría...

Radrigán recibió un justo premio que le dará tiempo para seguir escribiendo en el tramo más inquietante de la vida, cuando se percibe la muerte siempre posible, una idea que hace algún tiempo ronda en su cabeza.

Mientras tanto, a ponerse al día con algunas de sus obras: “Los vencidos no creen en Dios” (1962), “El vino de la cobardía” (1968), “El día de los muros” (1975), “Testimonios de las muertes de Sabina” (1979), “Las Brutas” (1980), “Cuestión de ubicación” (1980), “Hechos consumados” (1981), “El toro por las astas” (1982), "Isabel Ddesterrada en Isabel"

“Made in Chile” (1984), “El pueblo de mal amor” (1986), “La contienda humana” (1988), “El encuentramiento” (1996), "Medea Mapuche", "Beckett y Godott"...

Y “Amores de cantina”, que se estrena en el Centro Cultural Gabriela Mistral.


Fuente de la información: http://www.lanacion.cl/juan-radrigan-tremendo-dramaturgo/noticias/2011-09-15/174547.html


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